Eduardo Huchín Sosa*
Hace más de dos meses (el pasado 24 de enero) que murió Ryszard Kapuscinski, a los 75 años. He de precisar que escribo este artículo a destiempo, un poco para recordar que la mayoría de los periódicos campechanos apenas le dedicaron unas líneas y lo sintomático que así haya sido.
El gran reportero polaco cubrió 27 revoluciones y golpes de estado en África, Asia y Latinoamérica. Estuvo condenado a muerte en 4 ocasiones. Escribió un puñado de libros fundamentales y trabajó para los más prestigiados medios del mundo (como el New York Times o el Frankfurter Allgemeine Zeitung de Alemania). Recibió el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2003. El extraordinario periodista (licenciado originalmente en Historia) trazó con sus escritos las imágenes más representativas del convulso siglo XX, pero sobre todo legó una ética de trabajo que sería bueno recordar.
El autor de libros como Ébano, El imperio o Los cínicos no sirven para este oficio, transmitió la importancia de las voces anónimas incluso para describir el poder que responde a un solo nombre. De la revolución iraní a los cambios políticos de Angola, del enfrentamiento bélico entre Honduras y El Salvador hasta el destronamiento de Haile Selassie de Etiopía, las crónicas de Ryszard Kapuscinski fotografían la movilidad del mundo y le dan sentido a una historia que también se "construye desde abajo".
Alejado de las comodidades de los reporteros estrella, Kapuscinski prefirió las pensiones de mala muerte, los autobuses, los barrios pobres. Supo que la Gran Historia se mezcla con la pequeña y que en innegable puzzle de la realidad, cada fragmento cuenta.
Cuando tuvo que hacer su primer viaje, a la India, enviado por el periódico donde trabajaba, no sabía nada de aquel país y su primera reacción fue la estupefacción y pánico: ¿qué decir de un mundo completamente desconocido? La jefa de redacción le regaló para el viaje un pesado libro escrito 2 mil 500 años antes: la Historia de Heródoto. El libro le enseñó que la única manera de conocer, de buscar respuestas, era preguntando, observando con detenimiento, caminando el trayecto necesario para saber lo que se quería.
Kapuscinski recuerda:
"Heródoto era un hombre curioso que se hacía muchas preguntas, y por eso viajó por el mundo de su época en busca de respuestas. Siempre creí que los reporteros éramos los buscadores de contextos, de las causas que explican lo que sucede".
¿Los reporteros actuales están movidos por esa misma ética de la indagación? Cuando pregunté si en la Escuela de Comunicación leían, habían leído o tenían intenciones de leer a Kapuscinski, me sorprendió saber que no. Por eso decía que la escasez de interés en los periódicos locales era sintomática: para los editores campechanos, Kapuscinski era otro escritor más de nombre impronunciable, al que sólo habían oído hablar porque acababa de morirse.
No obstante la muerte del periodista polaco debería promover la reflexión sobre el oficio del reportero, sobre la importancia social de testificar los hechos y el auténtico sentido de la libertad de expresión. Ahora que los medios de comunicación constituyen más que nunca "el cuarto poder", Kaspuscinski nos recuerda que lo esencial está alejado de los reflectores.
Cuando escribía su fresco sobre la extinta URSS, Kapuscinski (que hablaba a la perfección la lengua rusa) logra mezclarse entre la población y ser uno de ellos, para cumplir uno de sus propósitos esenciales: comprender al otro, confundirse con la ciudadanía a la sombra que conformaba la decadente utopía socialista. ¿Cuántos reporteros pueden hacer lo mismo: fungir desde el anonimato? La mayoría, consciente de la aplastadora importancia de los medios (más que de su medio en particular) hace evidente su condición de "periodista". Con chalecos y automóviles que dicen "Prensa", con grabadoras portátiles acosando al funcionario que acaba de salir de una reunión, los reporteros actuales exigen respuestas en vez de buscarlas más allá de los círculos de poder. ¿Sería demasiado pedir un periodismo fuera de los nombres públicos y sus pleitos personales?, ¿explicaría esa persistencia en mencionar funcionarios el hecho de que la realidad a ras de suelo no envía canastas navideñas? Los periódicos se han vuelto un inventario de personajes brincando de declaración en declaración, para terminar conformando eso que Gideon Lichfield llama "la declarocracia de la prensa": quién dijo qué para responder a quién.
Este síntoma es comprensible si nos atenemos a las condiciones en que se ejerce el oficio en Campeche: cumpliendo la cuota de notas al día, adheridos a las comisiones, respetando las fuentes, siempre en busca de la versión oficial. Y eso es todos los días. ¿Se puede exigir, como pedía Kapuscinski, entender el contexto, rastrear ese otro discurso que generan los ciudadanos anónimos? Pero el escritor polaco tenía mucha conciencia del inicial esclavismo de los reporteros y de la paciencia que se necesita para hacerse de un nombre entre los lectores, para quienes habría que escribir, no para los ejecutivos del medio.
Sobre el carácter social de la profesión, hemos de reconocer que en el periodismo local, capturar la opinión pública significa dirigir la opinión. Los sondeos obedecen a preguntas a las que es difícil salirse del guión. "¿Está usted conforme con el alza a la tortilla?" El "No" unánime (previsto incluso desde la pregunta) sólo corrobora la tesis de que el Gobierno hizo algo mal, pero no explica nada más.
¿Será que toda gente habla de sus gobiernos y la política, o será que a los periódicos únicamente le interesa la gente que habla sólo de sus gobiernos y la política? El periodismo de tamiz social hecho en Campeche es el periodismo que denuncia problemas que alguien tiene que resolver. Es un llamado de atención con dedicatoria: el diputado tal se ha olvidado de su distrito, ¿ha cumplido su promesa el funcionario tal?
Kapuscinski tuvo otra gran virtud que es necesario rescatar: sabía escribir. No se trataba sólo de redactar bien, poner las tildes en el lugar adecuado, sino de comprender el problema que entraña la literatura. El lenguaje es maleable, sirve lo mismo al político que al artista. ¿Con qué palabras retratar el microcosmos que me ha tocado describir? Los periódicos actuales han privilegiado la asepsia y nos la han vendido como objetividad. Ese lenguaje tan cercano al boletín, donde hay que poner lo importante siempre en el primer párrafo, ha convertido la labor periodística en una transacción de datos. En este periodismo, la línea editorial proviene de dejar fuera unos datos y subrayar otros. "No gano tanto por lo que publico sino por lo que no publico", dijo hace años el dueño de un periódico mexicano.
Kapuscinski opinaba (dice María Nadotti) que no podría ser periodista "aquel que creyera en la objetividad de la información, cuando el único informe posible resulta personal y provisional". La realidad es la máquina más perfecta de movimiento perpetuo y también el más complejo laberinto de espejos. Quien está consciente de esa peculiaridad, toma su percepción con cautela, pero no la abandona.
¿Cómo ejercer el periodismo en un microcosmos tan contradictorio, donde no hay buenos ni malos como en las telenovelas de Televisa? A través de una intención ética. El único periodismo posible, nos recuerda el autor polaco, quiere provocar algún cambio, está luchando por algo. Maria Nadotti en la introducción de “Los cínicos no sirven para este oficio” resalta que la de Kapuscinski es "una historia de individuos, de existencias analizadas en su materialidad, totalmente antiideológica. Nunca es tendenciosa y, sin embargo, nunca es indiferente". Algo esencial, porque para el autor de El imperio, no se puede escribir sobre alguien a quien se desprecia, a quien se le ve sobre el hombro. Y sin duda alguna, esa misma materia literaria y periodística que usó Kaspuscinski para comprender al otro, es la misma que puede usarse para verlo como un extraño.
Para Kapuscinski no hay periodismo al margen de la relación con los otros. Son los otros quienes aportando su visión del mundo nos ayudan a comprenderlo. Por ello, no sirve el periodismo que sólo se acerca a los territorios pobres para inquirir al final de la nota: ¿qué ha hecho el gobierno para solucionar esto? No sirve el periodismo que sólo va a tomar una postal del suceso. Kapuscinski nos recuerda que el mejor periodismo es personal y creativo, no la producción artesanal de palabras para el periódico. Más allá de su obligada presencia en los estantes de las librerías, su muerte debería servir para no olvidar el objetivo ético del oficio y el motor de la mejor literatura de la realidad: "la genuina pasión por los semejantes".
* Eduardo Huchín Sosa (Campeche, 1979) es autor del libro "¿Escribes o trabajas?" y aparece en las antologías "Inventa la memoria", "Novísimos cuentos de la República Mexicana" y "El hacha puesta en la raíz. Ensayistas mexicanos para el siglo XXI". El texto anterior fue publicado originalmente en su blog.