Hace 500 años, en la costa de un continente desconocido para los europeos, el indígena americano conoció lo que se convertiría en su maldición: el poder de un imperio capaz de acabar con sus casas, sus costumbres, sus formas de vida. La espada y la cruz se aliaron para difundir espanto, muerte, enfermedades, una lengua nueva, y lo más importante: la fe en el paraíso. ¿Paraíso para qué, si allí vivíamos antes de que ustedes llegaran?
El paraíso de nuestra tierra fue salvajemente despojado de nuestras manos, convertido en campo de batalla y cementerio de los nuestros. Luego vino una generación de hombres y mujeres invencibles que, encabezados por Bolívar, Sucre, O'Higgins, San Martín y Artigas, dieron nueva luz y esperanza a la patria grande y nueva, Latinoamérica.
En independencia, y a pesar de la larguísima vista de sus libertadores, en los pueblos de Suramérica el indígena siguió al margen, apartado ahora por el prejuicio, la desconfianza, el desprecio de quienes seguían envenenados de esclavismo e ínfulas de superioridad. Qué lejos lucían entonces los sueños de esos hombres enormes que hicieron la guerra por la libertad.
Llegó el nuevo imperio, hijo predilecto de Inglaterra, y el indígena siguió oprimido, recordando en sus historias ancestrales la promesa de un tiempo nuevo; el resurgimiento del hijo del Sol, la promesa libre del caribe indómito, del araucano, del charrúa.
El sueño se hace a mano y sin permiso, dice el poeta, y vino el Che, con su cargamento revolucionario, pero el imperio dijo NO, y acabó con el sueño, con la vida y hasta con el cadáver de Ernesto. Ahí quedó, en El Yuro, sembrado en su valentía, por años y años. ¡Bolivia, como dolías en 1967! Y tú Chile, como doliste en el 11 de septiembre. El nuestro, el de 1973, cuando el sueño rescatado por Salvador veía crecer sus frutos imberbes. Entonces nuevamente el imperio dijo NO, y Allende entregó su sangre bajo el bombardeo de Kissinger y Pinochet.
Pero hoy el indígena regresó... bajó de El Alto, de Oruro, de Cochabamba, de Chuquisaca, de Orinoca, a decirle que SI a Evo Morales, y con ese SI, vino a reivindicar el sueño largamente acariciado, el que dijo Martí, el que brilló con Fidel, el mismo sueño que costó tanta vida; el de los tupamaros en Montevideo.
A ese sueño, Bolivia le acaba de decir que SÍ. SÍ a la Nueva Constitución del Estado Boliviano. SÍ a la esperanza encarnada en su líder máximo, el cocalero. Ganó el SÍ en Bolivia, con 64% de los votos.
Con ese mismo canto, con esa misma fuerza, bajarán de los cerros, de los campos, de las plantas industriales, los indígenas, los obreros, los trabajadores, el 15 de febrero a decir que SÍ, a enmendar la constitución de Venezuela, para que el sueño de Bolívar no vuelva a morir con Sucre, con Bolívar, y con Urdaneta, como hace 200 años.
Hoy, estos pueblos de Bolívar y Sucre, encarnación de Tupac Catari y Guaicaipuro, seguirán diciendo que SÍ a la Libertad del pueblo indómito y guerrero de América del Sur.